Virginia acaba de heredar el negocio familiar: la librería Palinuro. Entre el montón de ejemplares, polvo y papeles que su padre acumuló, pronto aparece la historia de Carlota Guillot y la búsqueda de un libro, escurridizo y caprichoso, que formó parte de una de las bibliotecas particulares más sibaritas de la Barcelona napoleónica. Una historia prolongada a lo largo de las décadas más convulsas del siglo XIX en que la ciudad asistió, incrédula, a su mayor transformación: el derribo de las murallas y la urbanización de su paseo más emblemático, La Rambla.
La historia es preciosa, y la trama está muy bien entrelazada con los personajes, que no son pocos, a lo largo de toda la novela. En realidad son varias historias, la de los libros entre otras, que componen una sola.
El libro está muy bien escrito y te enseña lo que debió ser la Barcelona del siglo diecinueve, una época, por cierto, muy poco retratada en la literatura de ficción de nuestro país.
Una historia sutil, de amor literario y que se puede recomendar sin equivocarnos
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